Resumen
- En la actualidad los gobiernos del orbe afrontan el triple desafío de asegurar la demanda creciente de alimentos; proteger y preservar los recursos naturales y la biodiversidad en un escenario global de cambio climático y; mejorar el bienestar y la calidad de vida de sus pueblos. El Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) considera que hemisferio americano tiene todo para ser garante de la seguridad alimentaria, y con mucho mayor razón en tiempos de COVID-19” (IICA, 2020). La pandemia apremia a los países a pensar nuevas políticas, necesarias para asegurar que la agricultura continuará siendo resiliente, sostenible e inclusiva y que mantendrá su capacidad de contribuir a la recuperación económica en condiciones de mayor igualdad y justicia social. Desde una perspectiva amplia la bioeconomía se entiende como el uso intensivo de conocimientos, principios, métodos, técnicas y criterios aplicados a la producción sostenible de bienes y servicios, en todos los sectores económicos y regiones del país (IICA, 2019). La bioeconomía mantiene una fuerte relación con la economía circular y con la economía verde. El Plan de Acción 2015 para la Economía Circular, de la Comisión Europea define la economía circular, como la economía “donde el valor de los productos, los materiales y los recursos se mantienen en la economía durante el mayor tiempo posible, y se minimiza la generación de desechos” (EEA 2018). Por otra parte, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (2012) celebrada en Río de Janeiro (Río+20), define la economía verde como la “economía que resulta en un mejor bienestar humano y equidad social, reduciendo significativamente los riesgos ambientales y las escaseces ecológicas” (PNUMA s. f.). En términos más simples, una economía verde es una baja en carbono, eficiente en el uso de los recursos y socialmente inclusiva.